El director alemán Schlöndorff tomó un riesgo grande al adaptar "El joven
Törless" de Robert Musil para el cine en 1966. Apenas doce años habían pasado luego de la caída régimen
nazi, la memoria de la violencia atroz de la guerra aun perturba el mundo entero.
Poner en la pantalla el tema de la violencia humana obligaba al director como
así también al público a meditar sobre las razones que empujan seres humanos a
cometer actos crueles y terroríficos. La elección del tono blanco y negro fue
un acierto, pues el espectador se tiene que concentrar más en el tema sin distracciones
innecesarias.
En la historia dos adolescentes se deleitan en
la tortura y en la humillación abyecta de un tercer alumno, de origen judío,
ante los ojos del joven Törless, exculpado de participar pero
de alguna manera involucrado en el caso, ya que era testigo de los tormentos.
¿Cabe preguntar cuántos alemanes sabían lo que los nazi estaban haciendo
y cuántos callaban por miedo o por conveniencia? Igualmente en Argentina y en
tantos otros países presos de cúpulas represivas: ¿cuántas personas callaban conscientemente
o inconscientemente lo que sabían?
En la película el joven judío comete un
pequeño robo. Dice que lo hice por necesidad y que su intención era devolver el
dinero. Para evitar que las autoridades de la institución lo castiguen según
las leyes vigentes, los dos adolescentes deciden encargarse ellos mismos de los
castigos. La víctima es sometida a abusos y torturas cada vez más crueles y la
víctima se somete a toda clase de humillación en la vana esperanza de no tener
que enfrentarse con las autoridades.
En la tradición judía-cristiana siempre se
habla de “víctimas e inocentes,” siendo Cristo el paradigma de víctima
inocente. Expresado en otro contexto, en las guerras están siempre los “buenos”
(nosotros) y los “malos” (ellos). Una simplificación que oculta muchos matices
del accionar humano.
Hannah Arendt en “Estudio sobre la banalidad del mal” afirma que algunos
representantes de los consejos judíos en los territorios ocupados por el
ejército alemán cooperaron activamente con los Nazis—aunque después ellos
mismos fueron víctimas del genocidio. También hubo unidades de trabajo formadas
por prisioneros judíos que controlaban y vigilaban los presos judíos, hasta
incluso llevarlos a las cámaras de gas.
En todo sistema opresivo el poder encuentra
sus cooperadores. Los métodos de tortura muy a menudo pero no siempre logran sus
objetivos. Se obligan a las víctimas a cooperar con los represores,
no obstante frecuentemente luego son asesinados.
Muchos de los “inocentes” torturados y muertos
en un régimen represivo—en Alemania Nazi o en Argentina bajo la última
dictadura—no eran “inocentes” en el sentido más estricto: habían luchado contra
el poder opresor.
Decía Juan Gelman, poeta argentino, que perdió
a su hijo tras el golpe de estado: “Estoy orgulloso de la militancia de mi
hijo. A veces pienso que algo tuve que ver yo con ella y eso redobla mi orgullo
y mi dolor. Mi hijo no era "inocente.´"
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