domingo, 28 de diciembre de 2014

Are debts ever going to be paid off?



You’re a British school teacher and you wonder how you are going to pay off your debts. Then you read that the government is still paying off the debt stacked up during the financial crash in 1720. You’re erudite. You know that the debt problem causes thousands of children to die every year in poor “underdeveloped” countries. And you know also that the debt—supposedly to “help” those countries develop—is increasing by leaps and bounds as the dollars come streaming back from straggling economies to fill the coffers of banks and financial institutions (which have had a hand in the ongoing financial crisis that makes it so difficult for you to get to the end of the month.)
Economics is not your favorite dish, yet you know that the world lives on indebtedness, some thriving on it, some struggling with it, some dying with it, some making enormous profits with it, some making sermons about it while trying to cast off its chokehold grasp. You know that every time a debt is refinanced—something that happens time and again and is part of the business—the amount due mysteriously increases as interest piles upon interest.
You open your computer, curious. Hm. The impoverished countries of the Sub-Saharan Africa spend roughly four times more on paying off their debts than on health care and education for their citizens. There’s that alarming statement by the former president of Nigeria, Obasanjo: ”All that we had borrowed up to 1985 or 1986 was around $5 billion and we have paid about $16 billion yet we are still being told that we owe about $28 billion. That $28 billion came about because of the injustice in the foreign creditors' interest rates. If you ask me what is the worst thing in the world, I will say it is compound interest.” (jubilee 200 news update)
So the whole thing about “giving” money to poor countries is a boomerang? To get more money in return? To get poor countries to offer tax reductions and other tit bits to get foreign investment to produce things that will be exported, while demanding the draconian payment of interest on their foreign debts?
What about this jewel by J.W. Smith (The World’s wasted wealth 2, Institute for Economic democracy, 1994): “The size of the debt trap can be controlled to claim all surplus production of a society, but if allowed to continue to grow the magic of compound interest dictates it is unsustainable. One trillion dollars compounded at 10 percent per year become $117 trillion in fifty years and $13.78 quadrillion in one hundred years, about $3.5 million for every man, woman and child in the Third World. Their debt is 50 percent greater than this and has been compounding at twice that rate — over 20 percent per year between 1973 and 1993, from $100 billion to $1.5 trillion [only $400 billion of the $1.5 trillion was actually borrowed money. The rest was runaway compound interest]. If Third World debt continues to compound at 20 percent per year, the $117 trillion debt will be reached in eighteen years and the $13.78 quadrillion debt in thirty-four years.”
You have a friend in the U.S.A. who tells you that each U.S. citizen’s share of the U.S. debt of $18,032,267,753,648.54 is $56,433.82. Woh! And the newspapers and Wall Street and the government say things are improving.
You have another friend who travels around Latin America and says that the debt is the headache of every government in the area, a headache that is also a political and social and cultural migraine attack. How are you supposed to “develop” if you have to dedicate most of your efforts towards paying off your debts? And what happens, as in the case of Argentina, when financial speculators buy up debt to resell it at exorbitant prices and pressure the government to open its doors to “market economics?”

sábado, 27 de diciembre de 2014

Mario Benedetti: "La vecina orilla"

Mario Benedetti, uruguayo, novelista, poeta, ensayista es además un maestro del cuento corto; dueño de un estilo poético, punzante y fresco. Sus historias conmueven, entretienen y revelan con asombrosa comprensión las dolorosas entrañas sociales.
Un buen ejemplo de su escritura es “La vecina orilla,” cuatro cuentos seleccionados por el propio autor con gran criterio: “El presupuesto,” “Réquiem con tostadas,” “El fin de la disnea” y “La vecina orilla.” Su clara identidad rioplatense se saborea en su lenguaje pero los temas trepan hasta la universalidad de la condición humana: las incontables intrigas en una oficina pública, un viejo borrachín en un contexto de incomunicación familiar, la  discriminación que experimenta un hombre que sufre de disnea, y la apasionante historia de un joven enredado en las telarañas de la dictadura argentina.
Todos los cuentos en la colección tienen un narrador que entra y sale de las historias comentando en primera persona y con ironía fina sus desaventuras y los de los demás personajes, una elección exquisita ya que obliga al lector a una especia de introspección literaria y personal.
“La vecina orilla,” que lleva como fecha 1976, cuando las fuerzas armadas tomaron por asalto el poder en Argentina, es casi una novela corta. El protagonista es un joven de ideas avanzadas que flirtea con la militancia, siente la necesidad de luchar contra la represión y cae preso por “boludo,” algo que sucedió a muchas personas en “la vecina orilla,” pues la dictadura argentina secuestró, sometió a terribles torturas y ejecutó a alrededor de 30.000 personas.     
“Nunca me metí en política, lo confieso. En mi clase había algunos que no se metían en política porque les gustaba estudiar, y la política quita tiempo, eso es cierto. Pero a mí no me gusta estudiar…era el único ejemplar de una especie a punto de extinguirse: la de aquellos que no aman ni el estudio ni la política.”
Los agentes de la dictadura lo detuvieron “no por las buenas razones, sino por boludo.” Por dejar rosas rojas en la mesa de la profesora de la escuela, en protesta por la muerte de una compañera, que le aplicaron el submarino seco. (Una de las técnicas de interrogación difundidas por la Escuela de las Américas durante la llamada “Guerra Fría.”) Fue el protagonista de la historia el acusado por el hecho y por lo tanto fue detenido y torturado.
Los presos muy jóvenes “no hablaban, no confesaban nada, ni decían los nombres y datos que los otros querían, pero cuando les aplicaban la maquina gritaban como condenados.” (Otra técnica: aplicaban electricidad a todas partes del cuerpo de un preso atado a una cama de hierro.) “…me tenían encapuchado…creí que iba a terminar en la máquina, pero no. Se ve que tenían instrucciones: a los menores solo piñazos y patadas.”
Sale con vida, anda medio perdido por las calles de Buenos Aires, se encuentra con algún conocido, trabaja para un editorial de izquierda hasta que la empresa tiene que desaparecer…en fin…el amor, los intentos de sobrevivir la represión, la solidaridad de amigos y compañeros…

Mario Benedetti: “La Vecina Orilla,” editorial Alianza Cien, Madrid, España.   

martes, 23 de diciembre de 2014

Un cubano con sonrisa nostálgica ( un relato pintado con un pie en la realidad)



Atiende un pequeño puesto en el mercado de Lancaster, Pennsylvania, habla con una sonrisa nostálgica pintada en su rostro cuando el tema es lo que sucede en La Habana, Cuba, donde nació poco después de la revolución.  Su español tiene la tonalidad rumbosa característica del caribe. No maneja bien el inglés, sale rudo pero es funcional y como es humilde y muy servicial tiene muchos clientes. Su voz es sonora, cautiva, de una dicción casi perfecta. Hace seis años que trabaja aquí, siempre de buen ánimo pero con esa sonrisa de nostalgia   Habíamos conocido hace unos meses, entonces me saluda con un abrazo fuerte. Quiere saber cómo está la cosa en Argentina y, claro, bien, bien, le digo, como cuando uno dice bien pero le duele la panza. Bien todo bien. Es un saludo simple. Sabe el cubano que cuando se dice bien es para decir algo, para iniciar una conversación. Bien, todo bien, le digo. Tomo aire. Esperamos los dos. Me mira casi divertido. Sabemos que es complicado el asunto en Buenos Aires, en La Habana y en todo el continente al sur de la frontera que divide las dos Américas, en todo el mundo fuera de los centros de poder (aunque...bueno...si brilla puede no ser oro...)
Pero, claro, ahora el Señor Obama ha estrechado la mano con el comandante Raúl Castro, van a llegar montón de turistas, billetes verdes en la mano, negociantes atrevidos, inversiones, a lo mejor el pariente lejano de algún mafioso, no importa que el embargo sigue vigente, va haber una embajada yankee en La Habana, unos prisioneros de ambos países van a poder ver la puesta del sol en sus propios países, pero es una novedad importante me dice mi amigo cubano, algo ha cambiado, a lo mejor ahora podemos mejorar el transporte, habrá medicamentos, quiero mucho a mi país me dice, quiero a mi gente, quiero que vivan mejor, pero tengo que ver resultados, desconfío, un tipo como Obama no va a hacer esto sin algún truco en la manga, y Raúl y los del gobierno cubano tampoco, hay que ver lo que están buscando, pero mal no está, y lo que yo siempre digo los embargos no sirven para nada. El mismo Obama lo dice, digo yo. Es así, le digo, con los embargos sufren la gente, Juan y María que no encuentran lo que necesitan para la casa, para el guaja, y además por ser grande y fuerte no implica que los Estados Unidos puede hacer lo que le da la gana y dictar lo que tienen que hacer la gente en cada rincón de este globo.  
Le compro un dulce al hombre, redulce es, muy rico, extiendo la mano, pienso que el mundo es un eterno rompecabezas, algún tango surge en mi memoria, pero claro, allá arriba, allá donde está el poder, en las madrigueras de los buitres financieros, en los banquillos de los tipos que manejan el frigorífico humano, ahí saben planificar las cosas, saben beneficiar de los derrumbes financieros que ellos mismos fabrican, saben lo que hacen, claro, saben lo que hacen y sus acciones tienen una lógica; ellos, los grandes señores se dedican a cambiar el mundo a su gusto, como si fueron dioses, o panaderos; y nosotros piezas de ajedrez, peones, millones de seres que habitan los peldaños inferiores: luchamos, resistimos o bajamos la cabeza y entramos en el supermercado a comprar lo que ellos dicen que tenemos que comprar, quedamos frente al televisor, neutralizados, saturados, drogados, sobre-informados, sub-informados, a la espera. Total, vivimos en la democracia del mercado, una democracia que huele a whisky o de un coche blindado contratado por algún banquero que dice que está bien que unos pocos dominan el mundo porque de lo contrario del caos nadie saldría.
Es bueno el dulce, pero al ponerlo en la boca y dejar que el sabor me invade me pone un poco nostálgico y me sale una sonrisa casi igual a la del amigo cubano del puesto que tiene en el mercado de carne y verdura en  Pensilvana.