La decisión de un diario de publicar o
no una nota, enfatizarla o bien ocultarla en las páginas interiores revela en
gran medida su orientación política y los intereses económicos de su
directorio. Por ejemplo, publicar información en la primera página sobre
crimines pasionales, poner en banderas negras una protesta contra un gobierno o
enfatizar un cambio abrupto en el valor de la divisa norteamericana. Asimismo,
insistir una y otra vez sobre un hecho considerado importante por el diario
evidencia su posicionamiento.
El New York Times es uno de los diarios
comerciales más respetados en los Estados Unidos. Su lema es: "All The News That's Fit To Print"
(Todas las noticas aptas para publicar). ¿Quién determina las noticias que el
diario debe publicar? ¿Qué criterio utiliza para no publicar información?
No existen diarios verdaderamente independientes, si bien
algunos son más “independientes” que otros. Por ejemplo: la casi totalidad de
los diarios en los Estados Unidos apoyaron la invasión de Irak. Cambiaron
su posición cuando el público iba decepcionándose con la guerra. Como los grandes diarios reciben el respaldo financiero de importantes intereses corporativos, no ha de extrañar la existencia de un grado de tensión entre lo que los periodistas consideran noticia y la opinión de la dirección del diario, radio o canal de televisión.
La gran mayoría de los
medios de prensa destacan las protestas contra el gobierno de Venezuela porque
el programa social y político del Presidente Nicolás Maduro es contrario a los
intereses de Washington y las grandes corporaciones multinacionales. Incluso
dan eco a información de dudosa origen o enfatizan fotografías trucadas que
circulan en la web.
Sucede algo similar en
otros países populistas o “progresistas” en América Latina porque sus intentos
de poner en práctica líneas económicas independientes de los centros de poder
mundial no son bien vistos en Washington o en las oficinas del Fondo Monetario
Internacional. Son gobiernos elegidos por el voto, más allá de un análisis
sobrio sobre sus errores, logros o falencias; la prensa comercial entiende que
hay que estar atento a cualquier síntoma de crisis y poner esa información en
primer plano. ¿Por qué a menudo sectores de derecha o medios del statu quo alegan que gobiernos elegidos por el voto popular son dictaduras?
Hay otra información que que los medios masivos de comunicación deslizan hacia las páginas interiores. Un caso concreto: el pasado fin de
semana las agencias de noticias informaron lapidariamente sobre el atentado sufrido
el 23 de febrero por Aída Avella, candidata presidencial de la Unión Patriótica
para las elecciones en Colombia el 25 de mayo. Salió ileso en el ataque en una
zona cerca de Venezuela. Si lo hubieran matado, habría sido la tercera
candidata presidencial de la Unión Patriótica en ser ultimada y figuraría entre
alrededor de 5000 militantes de la UP asesinados por para-militares en
Colombia a partir de largos años de negociaciones para poner fin del conflicto armado. ¿No es significativo que cada vez que un grupo político—un desprendimiento
de las FARC—negocia su participación en el juego político son sujetos a una
campaña de eliminación física?
¿Cómo hubiera reaccionado la prensa si
hubiese ocurrido un atentado contra Henrique Capriles en Venezuela? La
evaluación de los hechos políticos aparece claro en el tratamiento dado a los sucesos, a las luchas sociales, culturales, a las discusiones sobre políticas económicas. Capriles tiene claramente el visto buenos de quienes se oponen al
gobierno en Caracas; en cambio, el intento de asesinato en Colombia no se destaca. En las luchas sociales los medios de comunicación toman partida y enfatizan o no los hechos que más convengan a sus intereses.
Desde el gobierno de Juan Perón las
relaciones entre Argentina y los Estados Unidos han sido engorrosas pero además
las notas periodísticas a menudo exhiben un menú de estereotipos, evaluaciones
políticas superficiales y una especie de racismo elegante, generalmente
enfatizando los aspectos negativos.
El jueves pasado Roger Cohen publicó un
artículo en “The New York Times” titulada “Llora por mí, Argentina,” lleno de frases
hechas y mitos: la Argentina rica y próspera del pasado en contraste con su
presente crítico. Sucede sin embargo que Argentina representa un desafío para
la geo-política de Washington. Es cierto. Argentina es un país rico en recursos naturales: la mayor parte de los países del llamado "tercer mundo" también son ricos en recursos naturales; tradicionalmente en vez de ser dueños plenos de sus recursos los han dejado en manos de inversores externos. Cuando un gobierno intenta revertir esa situación, como en el caso de Bolivia, las corporaciones ponen el grito en el cielo.
¿Cuál es la intención cuando Cohen
afirma que Argentina está cada vez peor y que alguna vez “era un país más
próspero que Suecia y Francia” (hace un siglo)? Hace un siglo el país fue
dominado por un sector social pero carecía de una clase media importante y los
obreros eran marginados socialmente. En aquel entonces la prosperidad abarcaba
los importadores-exportadores, los grandes señores del campo; las mujeres no
tenían el voto, los hospitales gratuitos fundados por el gobierno Peronista no
existían…y por supuesto no existía la fuerte defensa de los derechos humanos
que instaló el actual gobierno.
En cambio, Cohen y gran parte de los
periodistas destacan clichés sobre el tipo de cambio, la participación en los
mercados, que Argentina no es un país “serio,” que no quiere pagar la deuda a
los fondos “buitre” y por supuesto la violencia en las calles y las drogas.
¿Qué sucede? Bien o mal Argentina ha intentado incorporar gran número de marginados a la economía, ha fomentado
políticas favorables a la producción local para no tener que importar bienes y
productos del exterior, ha sacado la jubilación de manos privadas para
devolverla al estado… En cambio, el neo-liberalismo apoyado directa o
indirectamente por la mayoría de la prensa global avala “reformas” tales como
la devaluación, beneficios impositivas para las empresas, privatización de
empresas públicas, racionalización, reducción de presupuestos sociales y
culturales, políticas favorables a la inversión de corporaciones
multinacionales.
En su nota Cohen llega a decir que los
argentinos aman esa “mezcla extraña de nacionalismo, romanticismo, fascismo,
socialismo, pasado, futuro, militarismo, erotismo, fantasía, lloriqueo,
irresponsabilidad y represión.” ¿No habría que preguntar sobre el entrenamiento
en la Escuela de las Américas de militares que luego participaron en la más
sangrienta dictadura en la historia del país? Argentina ocupa la periferia del
mundo, pero justamente por eso ha tenido que enfrentar presiones de todo tipo a
lo largo de su historia de país independiente del colonialismo español.
Decir que “Argentina está en proceso de
transformarse en Venezuela y Venezuela, en Zimbabwe” introduce un concepto
claramente ofensivo y discriminatorio para la nación africana pero además no
parece ser una equivocación del escritor. Se parece a opiniones de otros medios
internacionales que ironiza sobre la capacidad de organismos nuevos en America
Latina, como Unasur y Celac, cuando comparados con el ALCA, la entidad apoyado
por Washington y los países “amigos” (Chile, Perú, Colombia, México…)
Un lector lúcido debe siempre tomar en
cuenta los intereses de los medios de comunicación que consulta y buscar la
información oculta o contrastante que permita hacer un análisis más
equilibrado; debe ponerse en alerta cuando un medio de comunicación insiste sobre algo más allá de lo lógico; debe buscar medios alternativos de información para lograr una visión más equilibrado de los hechos.
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